Semblanza de Julio Cortázar, ¿realidad o fantasía?

En 2024 se cumplen 110 años del nacimiento de Julio Cortázar y 40 años de su muerte. Con este pretexto, queremos compartir una emotiva semblanza que nos invita a seguir leyendo su maravillosa obra.

Semblanza Julio Cortázar, ¿realidad o fantasía?

Por: Carmen Cecilia Quintero Lozano

Subdirectora de Educación y Cultural

Podría empezar una semblanza del argentino Julio Florencio Cortázar Descotte diciendo que nació en Ixelles, Bélgica, a las tres de la tarde del 26 de agosto de 1914, cuando iniciaba la Primera Guerra Mundial, o Gran Guerra, como se llamó en ese momento. ¿Quién iba a imaginar que la humanidad repetiría semejante atrocidad?

Falta de imaginación, porque, como escribió Cortázar en Rayuela, “…una oscura necesidad de evadir el estado del homo sapiens hacia… ¿qué homo? Porque sapiens es otra vieja, vieja palabra, de esas que hay que lavar a fondo antes de pretender usarla con algún sentido” (Rayuela, 2013, pág. 389). 

Que su nacimiento fue “bélico”, como él lo decía, y que eso produjo a un hombre pacifista. De Bruselas, la familia pasó a Suiza y luego a Barcelona. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial (11 de noviembre de 1918) regresaron a Argentina. Su madre fue María Herminia Descotte, argentina, de origen francés, una mujer muy culta que hablaba varios idiomas, y su padre, Julio José Cortázar Arias, de Salta, quien los abandonó cuando él tenía seis años, lo que causó uno de los primeros dolores de su vida. Tuvo una hermana, un año menor que él. Su familia quedó desprotegida y su madre daba clases particulares para sobrevivir junto a sus hijos. 

También mencionaría que fue uno de los más grandes escritores del siglo XX, que murió en París el 12 de febrero de 1984, y que dejó una gran producción literaria. Fue un niño enfermizo. Escribió su primera obra a los nueve años, una novela dramática, en la que todos morían al final. Vivió en Banfield, cerca de Buenos Aires, hasta los 17 años, y de esa etapa quedan recuerdos en algunas de sus obras. Fue profesor durante diez años, y en 1938 publicó, bajo el seudónimo Julio Denis, Presencia, su primer libro. En 1949 publicó Los reyes, la primera obra que firmó como Julio Cortázar, y en 1951 escribió Bestiario. En 1963 publicó Rayuela, y de ahí en adelante siguió su producción hasta convertirse en uno de los máximos representantes del llamado “Boom Latinoamericano”.

O podría iniciar tirando la piedrita: Julio Cortázar, el gran cronopio, llegó a la tierra en un tapete lleno de letras y jamás se separó de ellas; fue uno y mil a la vez. Solo necesitó una puerta para entrar a este mundo y nunca dejó de crecer, hasta que alcanzó los 1,93 m. de estatura en la parte física y hasta alcanzar la gloria literaria con su talento mágico.

Y en la segunda casilla me detengo en esa voz grave, con esas erres que nunca salieron del todo y sus inmensos ojos negros, el cigarrillo en su mano, un tierno cronopio, y para verlo como yo quiero es necesario empezar por cerrar los ojos… En fin, cuando de describir a Cortázar se trata, las palabras nunca alcanzan. 

Lo cotidiano siempre fue investigado por Cortázar. Viajó, nunca se arrepintió, como otros compañeros escritores, de su apoyo a la causa revolucionaria de Cuba y de Nicaragua. Fue un músico frustrado; le gustaba el jazz y también los golpes —le encantaba el boxeo—, amó a su Argentina y nunca escribió en otro idioma, a pesar de que trabajó como traductor para la Unesco, y podría hablar hasta de patafísica con él y seguir haciendo excepciones.

Y, en la tercera casilla, descubro más y más universos que me abren sus palabras, y empiezo a leerlo, y es ahí cuando me doy cuenta de que se quedó conmigo, porque él es el que nunca se va. Y en ese ingenioso y poético salto encuentro amor, amistad, música, profundas emociones, fantasía, realidad, búsqueda personal, sentido existencial y otros mundos en tantas hojas de relatos fantásticos, de novelas, de cuentos, de poemas. 

Y llego a la casilla en la que tengo que poner los dos pies, y ahí la encuentro, en orden, en desorden, provocando, trastocando la forma de escribir, un invento literario… Rayuela, así se llama, como el juego en el que me encuentro. Y descubro en estos saltos fantásticos, mágicos y reales la magia de las cosas diarias, lo que nos puede salvar de la rutina, esa a la que a veces llamamos muerte. Y así puedo continuar el juego.  

“Todo lo que se escribe en estos tiempos y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia” (Cortázar, 2013, pág. 403). Eso es lo que queda después del placer que juntos inventamos y “en la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto del recuerdo” (Poeticous, s.f.) Llegó la hora, la piedrita cayó en el cielo, el viaje fue de la tierra al cielo y es el momento en el que los gatos, las escaleras, los bichos, las bestias de todo tipo, las famas, las esperanzas, los casoares y tantos amigos creados por Cortázar, tantos seres reales, que ni siquiera él conoció, seguiremos sus instrucciones para llorar, y lo haremos de la manera correcta antes de dirigirnos al cementerio de Montparnasse, ubicado en “uno de los lugares imprescindibles de la bohemia parisina” (Pierard, 1983, pág. 286), donde debía quedar el cronopio Cortázar

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